Hay algo que hemos estado observando durante años en nuestro trabajo con personas que logran cosas extraordinarias. Algo que casi nadie verbaliza, que apenas aparece en los libros de management o en las conferencias sobre liderazgo. Algo que, sin embargo, marca la diferencia entre quienes avanzan y quienes se quedan estancados.
No es la claridad de visión. No es tener un plan perfecto. No es siquiera la tenacidad o la inteligencia excepcional. Es algo mucho más simple y a la vez mucho más profundo. Es la capacidad de entender que en la vida real, casi nunca podemos garantizar nada, pero siempre podemos mejorar nuestras opciones de conseguir lo que nos proponemos.
Déjame explicarlo de otra forma. Nos han educado para pensar en términos de éxito o fracaso, de conseguir el resultado o no conseguirlo. Es un pensamiento binario que divide el mundo en dos categorías: ganador o perdedor. Pero la vida no funciona así. La vida es un espacio lleno de grises, de matices, de variables que escapan a nuestro control y que, sin embargo, influyen decisivamente en los resultados.
La ilusión del control total
Recuerdo una conversación que tuve hace años con un empresario que había logrado llevar su empresa de cero a una facturación de varios millones. Le pregunté cuál era su secreto, qué diferencia lo separaba de tantos otros emprendedores que fracasan en el intento. Su respuesta fue desconcertante: "Nunca supe exactamente a dónde iba, tan solo me dediqué a abrirme camino mientras andaba".
Esto chocaba violentamente con todo lo que había leído en libros de management. Todos predicaban lo mismo: establece objetivos claros, crea un plan estratégico detallado, ejecuta sin desviaciones. La mentalidad del control absoluto. Como si la vida fuera una ecuación de segundo grado donde, si aplicas el método correcto, obtienes necesariamente la respuesta correcta.
Pero piensa en las decisiones más importantes que has tomado en tu vida. Cuando decidiste estudiar una carrera o un MBA, ¿podías garantizar que encontrarías trabajo en tu campo o que ibas a ascender? Cuando decidiste empezar una relación, ¿sabías cómo terminaría? Cuando tuviste hijos, ¿había un manual que aseguraba que los educarías perfectamente? Claro que no.
Sin embargo, las tomaste de todas formas. Y lo más interesante es que no esperaste a tener total claridad para actuar. Actuaste a pesar de la incertidumbre. Avanzaste incluso cuando no sabías exactamente hacia dónde ibas.
Esto es lo más revolucionario de la Gestión Relativa. No te pide que renuncies a la ambición ni que abandones tus sueños. Te pide que cambies la forma en que piensas sobre cómo perseguirlos. En lugar de obsesionarte con la garantía de un resultado específico, has de centrarte en mejorar tus posibilidades de conseguir algo mejor que lo que tienes ahora.
De la rentabilidad garantizada al progreso probable
Vivimos en la era de la medición obsesiva. Los números, las métricas, los KPIs. Todo debe ser cuantificable. Es comprensible en cierto modo; los números nos dan la ilusión de control, de certeza. Pero esta obsesión nos ciega ante las cosas más importantes de la vida.
¿Qué cifras determinan el éxito profesional, o el empresarial?¿Cómo se mide una amistad profunda? ¿Cómo se cuantifica una familia feliz? ¿Hay una fórmula para la satisfacción personal? ¿Se puede asignar un valor numérico a la realización que siente un padre viendo a su hijo convertirse en una persona íntegra?
Además, centrarse en las métricas provoca una parálisis por falta de garantías devastadora. Por eso hay quienes nunca actúan, personas que ven oportunidades pero no se atreven a abordarlas porque el resultado está asegurado.
Pero aquí viene lo curioso. Los que sí avanzan, los que logran cosas extraordinarias, no miden, como tampoco esperan a que todo sea seguro. Actúan a pesar de la incertidumbre. Y lo más importante: cuando actúan, lo hacen conscientemente mejorando sus posibilidades, no obsesionándose con el resultado final, ni con las mediciones de rentabilidad o de resultados.
Imagina que quieres cambiar de profesión. No hay garantía de que logres un trabajo mejor, de que ganes más dinero o de que seas más feliz. Pero sí puedes mejorar tus posibilidades de conseguirlo. Actualizas tu currículum. Te formulas en áreas que demanda el mercado. Amplías tu red de contactos profesionales. Asistes a eventos donde conocer gente del sector. Cada uno de estos pasos no garantiza nada, pero juntos, sin duda alguna, mejoran significativamente tus opciones.
Sin precisar resultados concretos. Sin pararnos a pensar en una rentabilidad garantizada. Es la forma en que avanzamos en realidad, aunque la mayoría no la vea así.
El sesgo del presente y la trampa de la gratificación inmediata
Hay un concepto fascinante en economía conductual llamado "sesgo del presente". Básicamente significa que tendemos a valorar más los beneficios inmediatos que los futuros. Este sesgo es uno de los mayores enemigos de la Gestión Relativa. Porque mejorar nuestras posibilidades es, por naturaleza, un esfuerzo a largo plazo. No hay gratificación inmediata garantizada; estudiar una carrera no te garantiza un buen trabajo al día siguiente. Entrenar para una competición no asegura que ganes. Trabajar en tu relación no promete que mañana será perfecto.
Pero el juego está en jugar. En entender que cada paso, aunque no te dé una recompensa inmediata, te acerca a mejores resultados a medio y largo plazo.
Recuerdo a un emprendedor que decidió cambiar de vida completamente a los cuarenta y cinco años. Dejó un trabajo seguro pero insatisfactorio y se lanzó a montar su propio negocio. Todo el mundo pensaba que estaba loco. No había garantías. Podía perder los ahorros de toda su vida. Podía fracasar miserablemente.
Pero el lo veía diferente. No se preguntaba "¿y si fracaso?". Se preguntaba "¿cuáles son todas las cosas que puedo hacer ahora para mejorar mis posibilidades de éxito?". Porque reconocía que aunque todo podía salir mal, hacer nada garantizaba que seguiría siendo infeliz.
Cinco años después, su negocio era próspero. ¿Fue sencillo? No. ¿Hubo momentos de pánico? Muchos. ¿Estuvo todo bajo su control? Ni de lejos. Me contaba que cada decisión, cada paso que daba, mejoraba levemente sus opciones. Y al final, la suma de todas esas pequeñas mejoras la llevó a un lugar completamente distinto.
Sincronicidad: preparar el terreno para la magia
Carl Jung acuñó un término que siempre me ha parecido profundamente true: "sincronicidad". Se refería a eso que otros llamamos coincidencias significativas, esos momentos en los que parece que el universo conspira a tu favor.
Pero aquí está la parte interesante: Jung no creía que fueran totalmente al azar. Creía que, aunque no puedas provocarlas de forma controlada, sí puedes aumentar las probabilidades de que ocurran en tu vida. Es como si prepararas el terreno para que la magia suceda.
He visto esto innumerables veces. Alguien decide mejorar sus habilidades. Se inscribe en un curso. En el primero no pasa nada particular. Pero asiste, aprende, se rodea de gente interesada en lo mismo. Y entonces, en una conversación casual durante un descanso, alguien menciona una oportunidad laboral perfecta. Una coincidencia significativa.
O alguien empieza a trabajar en su proyecto personal. Define un plan, busca recursos, se rodea de personas que lo apoyan. Y de repente, en una charla con un mentor inesperado, obtiene la pieza clave que faltaba en su estrategia. Otra sincronicidad.
¿Fue magia? No. Fue que estas personas mejoraron sus posibilidades de encontrarse con la oportunidad correcta. Ampliaron su red. Aumentaron su visibilidad. Se colocaron en el lugar correcto en el momento correcto. No fue suerte, aunque parezca serlo desde fuera.
La suerte es lo que pasa cuando la preparación se encuentra con la oportunidad. Y la preparación es, precisamente, mejorar tus posibilidades.
El cambio de mentalidad
Recuerdo que cuando mis hijos eran pequeños, establecimos una regla clara en casa. No se trata de que saquen las mejores notas. Lo que importa es que hagan todo lo posible para sacar la nota que les corresponde por su capacidad. Es una frase que parece simple, pero encierra toda la filosofía de la Gestión Relativa.
Porque está diciendo algo revolucionario: no nos obsesionamos con el resultado final (la nota), nos enfocamos en el proceso y el esfuerzo de mejorar nuestras opciones (hacer todo lo posible).
Si te esfuerzas de verdad y aún así suspendes una asignatura, puedes cambiar: o el método de estudio no te funciona, o la asignatura requiere un enfoque diferente. Puedes aprender. Puedes ajustar. Puedes mejorar tus posibilidades para la próxima vez.
Es la mentalidad de haber hecho todo lo posible contra la mentalidad del resultado;"tengo que sacar un diez o soy un fracaso", entonces un siete es una catástrofe. Un ocho es un desastre.
La Gestión Relativa te libera de esta tiranía. No te pide que seas perfecto. Te pide que hagas todo lo posible. Y que reconozcas que a veces, aunque lo hagas perfectamente, las cosas no salen como queremos. Y está bien. Porque aprendes. Porque ajustas. Porque la próxima vez tus posibilidades serán mejores.
La verdad desagradable
Hay algo que nadie quiere escuchar, y que es fundamental para la Gestión Relativa: a veces, aunque hagas todo correctamente, aunque mejores todas tus posibilidades, las cosas no salen bien. A veces pierdes a pesar de haber jugado bien. A veces la vida es injusta.
Pero aquí está lo crucial: reconocer que no todo depende de ti es liberador, no paralizante. Porque te permite enfocarte en lo que sí está en tu mano: mejorar tus posibilidades en cada momento.
Y cuando las cosas salen mal, no es un fracaso. Es simplemente la vida. Accidental. Injusta a veces. Y lo asumen pensando que habrá formas de mejorar las posibilidades de éxito la próxima vez.
Entonces, ¿cuál es la clave?
La clave es entender que la vida no es un juego donde el objetivo es certeza absoluta. Es un juego donde el objetivo es avance. Donde el éxito no se mide por conseguir exactamente lo que querías, sino por la dirección en la que te mueves y las posibilidades que mejoras.
Las personas que logran cosas extraordinarias no son las que tienen todas las respuestas. Son las que tienen la capacidad de tomar decisiones sin necesitar todas las respuestas. Son las que avanzan aunque no vean el camino completo. Son las que mejoran sus posibilidades constantemente, sabiendo que esto no garantiza nada, pero que es infinitamente mejor que esperar garantías que nunca llegarán.
La clave es aceptar que no puedes tenerlo todo controlado. Aceptar que la vida es relativa, que cada situación es distinta, que cada persona debe encontrar su propio camino. Aceptar que a veces fracasarás a pesar de tu esfuerzo.
Y una vez que aceptas todo eso, paradójicamente, empiezas a lograr mucho más.
Eso es la Gestión Relativa.
No es una ciencia. Es un arte. Y como todo arte, se perfecciona con la práctica.
Así que cuando termines de leer este capítulo y cierres el libro, no busques la certeza. No esperes por el momento perfecto. No esperes a tener todas las respuestas.
Simplemente pregúntate: ¿Cuáles son todas las cosas que puedo hacer ahora para mejorar mis posibilidades de conseguir lo que me propongo?
Y luego, empieza.
Porque eso es todo lo que necesitas. No es mucho. Pero es suficiente.